En la actualidad, mucho se habla y se critica, por no decir también que se teme, a la reforma laboral. Es cierto que suele considerarse que una tendencia hacia la liberalización puede terminar minando los derechos de los trabajadores. Recordemos por ejemplo que los derechos contemplados en la OIT (Organización Internacional de Trabajadores) no son vinculantes a nivel jurídico, como sí lo son todos los acuerdos firmados en el seno de la OMC (Organización Mundial de Comercio). Así pues, existe un sentimiento generalizado de que si bien se vela por los intereses materiales del desarme arancelario y del libre intercambio, este amparo es menor a nivel humano, cuando hablamos de la protección de las personas. Este preámbulo es simplemente un inciso para tratar de comprender la animadversión que genera la reforma laboral siempre que se habla de ella. No obstante en estas líneas trataré de explicar las bondades de un buen mercado de trabajo flexibilizado.
Lo primero que hay que tener en
cuenta es que las fluctuaciones del PIB repercutirán en el empleo. En tiempos
de bonanza serán un motor para absorber demanda de trabajo e incluso
inmigración, mientras que en época de crisis como la que llevamos padeciendo la
tasa de creación de empleo será menor. A grandes rasgos hemos definido lo que
en literatura económica se conoce como Ley
de Okun. El problema aquí es que la recesión en España ha tenido resultados
alarmantes a nivel social. La destrucción de empleo ha sido constante hasta el
año 2014.
Simplificando mucho, pero para
explicarlo en términos más gráficos, puede decirse que ante cambios
coyunturales del PIB los mercados tienen dos vías de ajuste, bien vía precios,
bien vía cantidades. Si en España existe rigidez salarial (precios) la única
vía de ajuste que le queda al mercado es la del despido (cantidad de
trabajadores). Este es uno de los grandes lastres de la economía española, su
talón de Aquiles me atrevería a decir. Los problemas que subyacen a la rigidez
salarial son entre otros un sistema de
negociación a nivel sectorial (de
acuerdo con los economistas Calmfors y
Driffill este es el nivel más ineficiente
frente a otros sistemas como el
de empresa en UK, o el estatal en Alemania), la segmentación y dualidad del
mercado de trabajo (también conocido como modelo de insiders y outsiders)
Todas las reformas del actual
gobierno han ido dirigidas a paliar estas carencias. El resultado
obtenido ha sido bueno en términos de ganancia de competitividad. Lo que
los economistas denominan “devaluación
interna”. A falta de moneda propia, en una Unión Monetaria la única
forma de “ser baratos frente al
exterior” es o bajar los salarios o ser más productivos, la vía fácil de
devaluación de la divisa ya no es una opción para los gobiernos.
La fórmula mágica de la competitividad que ilustra esta relación es la
de los Costes Laborales Unitarios (CLU) que se calculan como la relación entre
la remuneración de los empleados y la productividad del trabajo. En España 2014
configura el quinto año consecutivo de reducción de los CLU sin embargo dicha
reducción se frena en 2015. El proceso de devaluación interna se interrumpe
debido a la atonía de la productividad y por el ascenso esperado de las
remuneraciones salariales.
Sucintamente, a falta de una
divisa propia, la única forma de ser competitivos es o bajando los salarios
(cosa que ha venido sucediendo los últimos cinco años) o siendo más productivos
(invirtiendo en I+D+i y enfocando la actividad hacia sectores de mayor valor
añadido).
Indiscutiblemente el coste social
que supone una congelación salarial generalizada durante un lustro es altísimo.
El poder adquisitivo de los hogares ha caído más de un 17% de media y la
desigualdad social ha crecido significativamente. Pero aún con ajustes y
sacrificios de la población España no ha sido capaz de retomar la senda de
creación de empleo de una forma vigorosa. Las cifras de paro superiores al 20%
se mantendrán hasta el año 2017 según las previsiones del FMI, y se tardará más
de una década en alcanzar la tasa de desempleo de equilibrio llamada NAIRU (por
sus siglas en inglés significa, tasa de desempleo no aceleradora de la
inflación).
Es en este punto donde entramos a
analizar una de las controversias más curiosas de los economistas, escuela Neoclásica
vs. escuela Keynesiana; de ambos análisis puede deducirse que existen dos tipos
de paro. El desempleo clásico es el que se da cuando el salario de mercado es
superior al de equilibrio. La rigidez salarial a la baja es lo que ocasiona que
haya desempleo, los empresarios al tener que pagar salarios tan altos optan por
contratar menos trabajadores (el ajuste vía precios y cantidades del que
hablábamos antes), en este caso una flexibilización del mercado y una bajada
generalizada del salario conduciría hacia el equilibrio y se terminaría con el
problema del paro.
Sin embargo existe un momento en
el que por mucho que bajen los salarios el problema del desempleo persiste.
Keynes arrojó luz sobre la problemática al aportar un punto de vista totalmente
novedoso. Mientras que para los clásicos el paro es el resultado de la
existencia de rigideces para Keynes el origen del desempleo podría deberse
también a una insuficiencia de demanda agregada. El diagnóstico de qué tipo de
desempleo es que se da en un país es crucial para el diseño de políticas
económicas, ya que las soluciones implementadas habrían de ser radicalmente
opuestas.
Cuando el paro es keynesiano, la
recomendación de política económica sería la de subir los salarios. De esta
forma aumentaría la renta disponible de las familias, tendrían una mayor
sensación de holgura y se impulsaría el consumo. Como todo en economía está
concatenado, un repunte del consumo repercutiría en una mayor actividad
empresarial, aumentaría la inversión, se contrataría a más personas y en conjunto
todo ello redundaría en un mayor crecimiento.
Este es precisamente el debate
que se plantea en el caso español. ¿Qué
tipo de desempleo es que el que existe? Encontramos la postura encontrada
de dos organismos. Mientras la OIT recomienda fervientemente una subida
salarial en España, el FMI aboga por la vertiente dura de seguir manteniendo
una moderación salarial para continuar favoreciendo la ganancia de
competitividad.
Lo cierto es que una caída sine die de los salarios no es viable y
es incluso desmoralizante para un país. Una de las propuestas que sí tendría
sentido sería la de comenzar con una subida salarial gradual, este sería incluso
un buen aliciente para impulsar el consumo doméstico. Para no perjudicar la
ganancia de competitividad ganada con estos años de devaluación interna la
solución pasaría por ser más productivos. Recordemos que los CLU pueden
reducirse bien vía salarios, bien vía productividad.
El sector público por ejemplo ha
llevado una política similar con la retribución de los funcionarios. Primero
optó por una congelación de los salarios al comienzo de la crisis, y ahora ha
decidido reembolsar progresivamente las pagas extra adeudadas. No obstante las
reformas no se ciñen únicamente al terreno pecuniario, la CORA (comisión para
la reforma de las administraciones públicas) tiene como objetivo la
racionalización de la gestión de los recursos de las AAPP en aras de la ganancia
de eficiencia. En resumen la Administración ha optado por ganar competitividad
no sólo a partir de la austeridad y la moderación salarial sino también con una
mejor gestión que repercute directamente en una ganancia significativa de
competitividad.
En resumen, una subida salarial
no sería una mala idea para abordar la problemática del desempleo, siempre que
se combine con políticas de oferta orientadas a la productividad. Por una vez
los ciudadanos tendrían la impresión de que no sólo es cuestión de apretarse el
cinturón sino que los esfuerzos realizados también dan sus frutos.